Thursday, December 11, 2014

"Exodus. Dioses y reyes" Sin noticias de Dios...



Yo nunca he sido enemigo de los remakes. O de contar algo que ya se ha contado antes, que viene a ser lo mismo. Eso es como decir que, porque ya he visto la Traviatta, no puedo volver a verla, con otro elenco y otro montaje. Luego me podrá gustar más o menos, claro. Pero como ser lícito, para mí, es lícito.  Y como, al fin y al cabo, nadie te obliga nunca a ver nada…

Lo que sí es verdad, es que hay remakes que tienen sentido y otros que no tanto. Volver a hacer Desafío total, por ejemplo, fue una tontería supina. O la ocurrencia aquella de calcar Psicosis, plano por plano. Aquello ya es que era de juzgado de guardia. Pero lo de volver a contar la historia de Moisés y la liberación hebrea de manos del faraón, no es, ni mucho menos, la idea más descabellada que se le podía ocurrir a un productor hollywoodiense. Al fin y al cabo, la versión de Cecil B. De Mille, siendo espectacular y habiendo envejecido con una dignidad que para sí la quisieran muchas obras consideradas de culto, no deja de tener más años que la canción del cola cao, y la historia es de las que da para aprovecharse de los avances técnicos del siglo XXI. Y si además me dices, que tienes la ocasión de cambiar al encorsetado Charlton Heston, por todo un Christian Bale, ya me dirás si no es para decir, venga. 

El problema no es que nos quieran contar de nuevo esta historia. El problema es que, lo que de verdad parece, es que no querían contarla. Que les daba cosa, vamos. Como que la idea de contar en el año 2014, una historia en la que dios tiene un protagonismo tan claro y directo, no les terminaba de convencer lo suficiente como para poder dormir tranquilos por la noche. ¿Acaso se puede contar esta historia sin decir, alto y claro, “Oigan, en su mundo no sé, pero en este que retratamos en nuestra película, Dios existe”? Yo diría que no. Es más, yo diría que si para ti eso es un problema, entonces, directamente, no deberías contar esta historia y dedicarte a hacer otra cosa. ¡Será por clásicos a los que meterles mano!

 El guion, escrito a cuatro manos por un peso pesado como Steven Zaillian, (La lista de Schindler, American Gangster, Moneyball…), y tres que pasaban por allí, se esfuerza, a veces con gran habilidad, todo hay que decirlo, en dejar siempre, y cuando digo siempre, digo siempre, una puerta abierta, por muy improbable que pudiera llegar a ser, a la posibilidad de que Dios no tenga absolutamente nada que ver en los eventos que se están contando. ¿Acaso no se podría interpretar como esquizofrenia, por ejemplo, que alguien, a quien los demás ven hablando solo, asegure que está recibiendo órdenes divinas? Un dios con el que discute y se pelea, por cierto… ¿Acaso todas y cada una de las plagas que azotan Egipto, no quedan abiertas a una explicación mundana, a la que se podría llegar si el caso fuera necesario, (Y en esto incluyo la matanza de primogénitos), aunque para ello fuera necesario recurrir a todo tipo de volteretas argumentales?   ¿Es casualidad que lo único que físicamente no se podría explicar, que es la combustión del granizo una vez tocado el suelo, haya sido, curiosamente, eliminado del guión? La verdad, yo diría que no.

¿Y qué hay de malo en contar las cosas así? Diréis alguno. Bueno, pues en principio, nada. Como ya he dicho antes, cada uno puede hacer su versión,  y si tu versión está bien contada, a mí me puede gustar más o menos, pero lícito, lo que es lícito, lo es. Lo que pasa es que no tiene mucho sentido contar una historia bíblica, cuando hay otras muchas que se pueden contar, si tu intención es dejar a Dios fuera de la ecuación. Sobre todo, porque al final, tienes que reconducir la historia por otros derroteros, que nada tienen que ver con lo que estás contando, y lo que es peor, con lo que el público espera. Y transformar a Moisés, de pacífico portador de la palabra de Dios, en poco menos que el Bruce Wayne Hebreo, roza demasiado el ridículo. Y aunque hay que reconocer, que no termina del todo haciéndolo, sí que lleva al espectador al desconcierto, y a la postre, al aburrimiento. 

Varias escenas de acción de esas que Ridley Scott, rueda como nadie, y mucho paseo visual por un Egipto espectacularmente recreado, como único atractivo para una historia que no termina de comprometerse lo suficiente para llegar a contar algo, dejan, junto con unos personajes planos, (correctamente interpretados), un show mediocre y, lo que al final más importa, innecesario. 


 Moisés, a punto de fundar el podemos hebreo.

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