Wednesday, April 11, 2018

Memorias de un hijo del levante. Capítulo 52 "Diluvio"


¿Vosotros sabéis lo que son los refranes? ¿Sí? Pues os voy a decir una cosa. El que inventó los refranes, no nos tuvo en cuenta a los locos. Porque bastante complicado ya es seguir la realidad del día a día para la gente como nosotros, como para que encima la gente se invente realidades alternativas y te las suelte como verdades absolutas. Como, por ejemplo, “más vale pájaro en mano que ciento volando”, pues eso depende de pa qué, porque un pájaro en la mano lo menos que te puede hacer es darte un picotazo, en lógica pugna por su libertad. Porque las cosas como son, no viene a cuento trincar un jilguero, o un gallito marzo y tenerlo en la mano como el que tiene un sugus de piña. Yo creo que es mejor ciento volando, pero mucho más. Porque están en libertad, no te picotean los dátiles, y adquieren formas bonitas cuando van volando en formación, y dicen pío, pío, pío, pero así en plan desordenado que no veas lo que relaja escucharlo. El pájaro en la mano te deja el suelo lleno de plumas y la mano hecha un acerico. Eso es así. Y luego la angustia que pasa el bicho ante lo incierto de su futuro, porque a ver qué intenciones puede tener un gigante que te trinca y te deja prisoner en la mano. Tanto si tiene intención de papearte como si no, lo que es seguro es que eres víctima. 

Luego está el de “ande yo caliente y ríase la gente”. ¿Cómo que ríase la gente? Le reviento la cabeza al que se ría de mí solo porque esté andando yo caliente. ¿Y caliente a qué se refiere? ¿Caliente de los de “ay moooooza, que voy con la de mear” o caliente de “llevo tres damares termodactiles. La camisa de franela gorda y dos nikis de lana debajo del gamberro”? En cualquiera de los casos, al que se ría de mí, independientemente de mi temperatura corporal, le meto una patá en el cielo la boca y le junto la nuca con la espalda. 

Y es que eso de soltarte un refrán y no dejarte claro que están hablando de forma figurada, es pa mandarte a lobezno a que te cachee. Como pasó el otro día cuando salí a la calle a pasear superaugusto algueró, aprovechando que hacía un lovely weather que te cagas y que el sol brillaba como en los teletubbies, y al cruzarme con mi vecino Amaro, y decirle, “solecito pa mi pechito” me suelta, “pues aprovecha, porque en Abril, aguas mil”, y ahí me dejó muerto. ¿Cómo que mil? ¿mil qué?, porque el agua no se puede contar con números, que eso lo sé hasta yo. ¿mil queeeeeeeeeeeeeeeee? Y así se lo hice saber, “¿mil queeeeeeeeeeeeeee?” y él me dijo “mil, de que va a caer la grande” y ahí ya no tuve yo más remedio que zarandearle porque a mí eso de la grande, lejos de aclararme las cosas, me las confusionaba todavía más. “¿Pero son mil gotas lo que van a caer y luego una grande o solo la grande?” y él decía, “illo, illo, illo” y yo, “¿O es que van a estar mil días seguidos lloviendo?” y él “Sí, mil días lloviendo. El diluvio de Noé va a sé. Anda y déjame tranquilo” y ahí ya se soltó y salió por las escaleras parriba como un gato que tenía yo de chico y quise darle una sorpresa por su cumpleaños tocándole la polka de los gatos con la trompeta. 

Pero el daño ya estaba hecho. Porque yo no sé mucho de temas bíblicos, pero lo de Noé si lo conozco porque lo vi en un anuncio que decía, “lo animales de dos en dos, ua, ua” y se veían un montón de bichos cogiendo el ferry, y como me llamó la atención le pregunté al cura que se parece a Mister Bean, y me enteré de que hace muchos años, cuando la vieja de cuéntame iba a corte y confección, dios todopoderoso se cabreó con la peña por un tema de desorden público que se le había ido de las manos y estaba el mundo en unos índices de criminalidad que ríete tú de Gotham city. Y dijo, sus vais a enterar, panda de catetos. Y dejó de ir cuarenta días de ciclogénesis explosiva que se ajogó hasta el pescao ese que se ha llevao los oscars. Pero como los bichos animalados no tenían culpa de nada, le dijo a uno que se llamaba Noé Gallagher que hiciera una gabarra grande grande y metiera dentro una pareja de cada especie de animal. Dos gatos, dos canguros, dos toros, (esto en principio podía haber planteado un conflicto porque los toros son del mismo género sexual y en aquella época, como todavía no había la libertad de ahora, no podían reproducirse, pero como también iban dos vacas, pues listo), dos largartos de Jaén, dos hipocampos, que iban a su aire no perdiendo de vista la gabarra, dos besugos que iban ídem, dos ratones, a estos los tuvo que poner aparte por el tema de que hasta que Noé cayó en lo que estaba pasando, tuvo que reponer los ratones seis veces. Cuando no eran los gatos, eran las bichas. Incluso probó a subirlos por la noche, y se los comieron los búhos. Una cosa mala. 

Total, que como aquello se lio tan descomunalmente y solo llovió cuarenta días, yo me dije, ahora lloviendo mil, va a ser la repanochas, y como a mí Dios no me había encargado nada, pero yo siempre he pensao que las cosas pasan por algo, decidí ir ganando tiempo, y ya si luego resultaba que se lo había encargao a otro, soltábamos los bichos míos, y listo. Conque me di una vuelta por la ciudad pa ver si encontraba alguna obra ligera de vigilancia en la que agenciarme unos buenos tablones pa hacer la gabarra. Y vi una por la Juliana, cerca de la venta el conejo, que era propia, propia. Pero era mejor ir por la noche, porque las dos veces que me acerqué y empecé a jalar de un tablón, me mordió rápido uno que había allí con casco y camiseta imperio, que me decía, “eeeeeeeeeeeeeeeeeeeh” y yo “ná, ná. Que me gusta el tacto” y él, “po a vé si te va a clavá una astilla, monín” y ahí ya tuve yo claro que a ese no le mangaba yo los tablones a la luz del Lorenzo. Conque decidí empezar por el tema de los bichos, y almacenarlos de forma preventiva hasta que el barco estuviera terminado. 

Lo primero que hice fue una lista de todos los animales que existen. Pero como según mis cálculos deben ser más de ciento treinta sin contar el insectismo, decidí hacer cuatro grupos muy claros. Los de calle, los de campo, los de cielo y los de agua. Estos últimos, como ya he dicho antes, van por libre, a la vera del barco, conque no hay que almacenarlos. Solo darles un par de indicaciones para que no hagan una nemada y aparezcan en Australia como el de la película y tenga que ir luego el padre a buscarlos. A los del cielo, con ponerles un comeero con alpiste en una esquina del barco y si acaso un palito pa que reposen las patas un rato, es suficiente. Conque decidí centrarme en los otros, y empecé por los de calle, que era los que tenía más cerca. Y ya que estaba por la Juliana y por la zona del hospital hay muchos bichos, me pegué una vueltecita por allí y quinqué un perrete que estaba en la esquina tumbao como diciendo, “pa lo que me queda en este mundo, no me voy a poner a corretear coches”, y me acerqué y le dije, “no te preocupes amigo canino, que no va a terminar tu existencia bajo las aguas justicieras, acabas de ser seleccionado para entrar en la academia de operación diluvio” y lo trinqué por el lomo con la intención de llevármelo pa casa. 

Mala idea. 

El primer bocao me lo pegó en el antebrazo, y el segundo en la barriga. Y ahí me dije yo, “a mi casa no llego yo con el rebelde sin causa este” y en el primer patio que vi lo revoleé por lo alto de la tapia. “Quédate ahí que luego vengo a por ti” pensando en juntar to los que pudiera en el patio ese y luego ver si podía volver con una furgonetilla que me dejara alguno que la tuviera poco vigilá, pa llevármelos a mi casa. Pero como el camino del abnegado salvador del mundo está lleno de sinsabores y de obstáculos, nada más echar el perrete al patio, me sale un gachó en chándal pegando chillios con los brazos abiertos y la misma cara que hubiera puesto si hubiera visto una cabra fumando.  “¿Qué hace, cojone?” y yo, “diluvio” y él, “¿El qué?” y yo, “Diluvio. Gabarra. En abril, aguas mil” y el menda empieza a decir no sé qué de que si le arriman todos los chalaos y no sé qué más. Y yo le digo que no me cuente su vida y que cierre la puerta que se me escapa el perro. Pero ya era demasiado tarde y me veo al bicho corriendo como Amaro por la mañana. “illo, ya se ha escapao al perro. Así no adelanto ná” y le tiré una piedra a modo preventivo como para dejarle claro que a los siguientes bichos que trajera, no los dejara irse. Pues no os digo ná como se puso el menda. Entre los gritos que pegaba y que no se le entendía muy bien porque tenía la noca llena de sangre y el labio partío, no hubo manera de establecer un diálogo que condujera a algo productivo. Conque me di media vuelta y me fui detrás del perro. ¿Y os queréis creer que llamó el tío a la policía? Estaba yo bajando la cuesta del Punta Europa con un gatillo liao en la chamarreta porque el hijoputa era Eduardo Manostijeras con un ataque de nervios, y me escucho, “caballero, caballero” y yo si algo he aprendido en esta vida es que cuando se te acercan por la calle diciendo caballero, algo malo está a punto de pasarte. Conque revoleo el gato y me echo a correr, con la mala suerte de que el hijoputa bicho se relió en mis piernas y llegué rodando al mercadona. 

Cuando me vine a dar cuenta ya estaba en comisaria con un tío mirándome con cara de pantera rusa. “¿quiere que avisemos a alguien?” me dice. Y le digo yo, “Sí. A dios todopoderoso. Decirle que le encargue a otro lo de los bichos que a mí esto me sobrepasa”

Asín de claro. 





 AGUA VA, Y TRONQUITO VIENE





 LOS ANIMALES DE DOS EN DOS, UA, UA