El otro día llevé a mis sobrinillos al cine. A mí no me
gusta hacer de tío, la verdad, porque una vez, siendo el Alejandro chico, me lo
dejé en lo de los melones del Carrefour, y por poco no lo venden al peso. Pero
es que yo, ir tirando de un niño, llevar al otro en brazos, y pesar la fruta,
todo a la vez, no puedo hacerlo. Salvo que seas el pulpo Paul, no lo veo,
sinceramente. Y sobre todo con mis sobrinos, que son más inquietos que un
minion, jarto azuca. Pero como dice el doctor Rivera, que tengo que socializar,
para ir rebajando la locura y que se me permita vivir fuera del manicomio,
(también me han recalcado que debo decir clínica, y no manicomio, pero eso me
lo paso por el forro polar ártico), pues me recomendó que empezara por lo
fácil, que es pasar tiempo con la familia. Y eso debe ser porque el doctor
Rivera no conoce a mi familia, porque si no, me hubiese recomendao mejor, pasar
tiempo con el joker y dos caras, que están mejor de la cabeza.
Bueno, el caso es que tras discutirlo con mi cuñada, decidí
llevarme a los niños al cine. Y como en la cartelera no había más que cosas de
tiros, explosiones y de sombras de grey, opté por el título que parecía más
acorde a la infantería. Cenicienta. Que es una versión nueva que ha hecho Ken
el Bragas, un director británico, de Inglaterra, que ha hecho un montón de
películas con chespir.
La historia no hay por dónde cogerla. Na más empezar la
película, te meten un drama detrás de otro, como si en vez de una película pa
niños, fuera eso un pasodoble de Quiñones. Porque primero se le muere la mare,
y luego el padre. Que en mi opinión se lo busca él, porque en vez de quedarse
en casa tranquilito, se apunta a una excursión por la parte más chunga de la
jungla, tela de peligrosa. Vamos, como las tres mil viviendas, pero con
salvajes. O sea, como las tres mil viviendas. El problema es que el padre, se
había casao en segundas nupcias, con una rubia con cara de elfa, que venía con
mochila. Dos parises hiltons mal criadas, que tiene por hijas, y que en cuanto
sale el padre de escena, mandan a la niña a la buhardilla, y la ponen a cosé,
fregá y planchá. Que parece como la canción de los payasos, de así planchaba,
así, así, que no veas si era machista la canción, por cierto.
Total, que tienen a la niña quemaita, quemaita, y como en el
mundo ese de los cuentos de hadas, los derechos humanos no existen, se tiene
que aguantar, o como diría mi abuela, se tiene que joé. Hasta que se entera de
que el príncipe, que lo hace uno de juego de tronos, que no entiendo cómo le
han quedao ganas de organizar bodas, está preparando un baile, porque según las
leyes principescas, se tiene que casar antes de las elecciones de noviembre.
Pero como no se quiere casar con las que le han buscao, organiza el guateque, y
convida a tol condao, por si suena la flauta y conoce a alguna que le haga
tilín.
Cenicienta, que es el mote que le ha puesto la elfa a la
pobre niña, por el tema de que siempre tiene hollín en el rostro, como si fuera
Antonio Molina en “Esa voz es una mina”, se las promete felices porque se cree
que va a poder asistir, pero le dicen “qué dice tú”, y cuando van al zara a
encargar los vestidos pa la fiesta, en vez de comprar uno pa ella, le compran
una ballerina, y un bote de chillit bang, con lo que se queda la pobre más
planchá que el rostro de Carmen Lomana. Y aunque ella por su cuenta, arregla un
vestidito de su madre, pa poder ir al jolgorio, las malvadas carabeles, que
tiene metías en la casa, se lo estrozan y se lo dejan como si se hubiera caído
la pobre en un zarzal.
La cosa no puede estar peor, pero entonces aparece Helena
Borja Encarte, disfrazá de Hada Marina, que es como las hadas del bosque, pero del
mar, y le dice, “Aquí no ha pasao na”, luego mueve la varita dos veces, dice “abracadabra,
pata de cabra”, y convierte una calabaza en carroza, al pato en cochero, y dos
lagartijas que estaban allí viéndolas vení, en criados. A ella le arregla el
vestío, le hace un recogío rápido en el pelo, y, ella sabrá por qué, le regala
dos zapatos de cristal de bohemia, que ha pedío a la guía del coleccionista. Y
que es lo menos práctico que he visto yo en mi vida, porque a ver si tienes tú
cojones de bailar flamenco, con eso puesto.
Total, que la niña se va al baile y el príncipe, que ya la
conocía de un paseo campestre donde coincidió con ella, y le preguntó la hora,
se queda prendaito, prendaito, y se pegan to la noche bailando los dos, como si
allí no hubiera más gente. Solo que los hechizos de la Encarte, son como las
ofertas de canal plus, que cuando más agusto estás viendo la tele por diez
euros, te empiezan a cobrar, ochenta. Y a las doce de la noche, sale la niña
corriendo, por miedo a que se descubra el pasteloide, y la verdad es que ya
podía haber salido de la fiesta diez minutitos antes, porque se queda a la
mitad del camino.
Aquí viene una cosa que yo no la entiendo, porque el
príncipe de beckelaer este, que se ha quedao con uno de los zapatos de la niña,
por la cosa esa de que los zapatos de glass, son muy bonitos a la vista, pero
muy poco prácticos en modo fuga, y se ha quedao uno en la escalinata, se lanza
por tol condao probándole el zapato a todas las gachises que se encuentra, pa
ver quién es la dueña del mismo, y de su corazón. Y digo yo. ¿Tan enamorao que
estás y no la reconoces mirándole a la cara, que le tienes que probar el
zapato? ¿Qué pasa si das con otra que tenga el mismo número? Porque la gachí
tampoco es que tenga los pies como el actor secundario Bob. Que seguro que hay
doscientas con el mismo número. ¿Qué haces? ¿Te casas con otra, solo porque le
entra el zapato? ¡Hombre, por dios! Yo es que con esas cosas me indigno. Conque
no pude soportarlo más, y me levanté en medio del cine para dejar claro que
aquello no era lógico. - ¡Esto qué es, mujeres y hombres y viceversas! – dije,
como queriendo decir, “aquí ni amor verdadero, ni ostias” Y en ese momento se
levantaron mis sobrinos y salieron corriendo como alma que lleva el diablo,
porque se ve que la madre los tiene bien aleccionaos y ya tenían instrucciones
de quitarse de en medio a la menor señal de que yo fuera a liarla.
Y bien que hicieron los chavales, porque fue empezar a pegar
chillios, y meterse dos policías en la sala, al grito de “aquí está, aquí está”
porque antes dije que después de discutir con mi cuñá, decidí llevarme los
niños al cine, pero no he dicho que fuera con permiso de ella, conque la muy
cabrona había llamao a los guardias, y palante que fueron conmigo.
Por la noche cuando me recogió de la comisaría el doctor
Rivera, me preguntó que si veía normal lo que había hecho. Y yo, la verdad, lo
miré, y dije, “con las películas que ponen, de patos que se convierten en
cocheros, zapatos de cristal, y príncipes incapaces de reconocer el careto de
su novia, lo que es un milagro, es que no estemos todos tirándonos piedras los
unos a los otros”
Y ahí se quedó la cosa. Con la mierda la cenicienta.
Helena Borja Encarte, poniendo cara de "¿Eso te vas a poner?"