Que uno de los espectáculos nacionales de mayor éxito hoy en
día, por más que lo queramos disfrazar de esto o de lo otro, es reírnos de los
demás, es algo que a estas alturas, ya no debería sorprender a nadie. Desde que
Javier Cárdenas diera el pistoletazo de salida hace años, llevar un friki a un
plató y hacerle creer que tiene interés mediático más allá de la gracia que nos
hace verle haciendo el tonto, se ha convertido en una práctica habitual en la
tele. Desde formatos tan básicos, como el semáforo en su día, en el que se
subía a un friki al escenario, para echarlo luego a cacerolazos, hasta el mucho
más elaborado e ingenioso “Un príncipe para…” donde la chanza a costa del
incauto, suele ir montada y acompañada de todo tipo de efectos, y en el que, a veces,
hasta participa, (en cierta medida), el propio pichón. Y de verdad que algunos
de estos programas son verdaderas obras de arte. Cenas de idiotas servidas en
casa, libres de cargas morales y sentimientos de culpa. Un deleite para el
espectador travieso, entre los que se cuenta, desde luego, un servidor.
Claro que cuando se juega a eso, es complicado no cruzar el
límite de vez en cuando. Como le pasó a Mediaset hace poco con su brillante
idea, (en principio lo era), de meter a los chunguitos en la casa de gran
hermano. Y luego resultó que no llevaban ni diez minutos cuando ya habían
insultado gravemente a un concursante, queriendo hacerse los graciosos. Al
final, salieron por la puerta chica, a base de soltar una barbaridad detrás de
otra por esa boca que dios les ha dao. Pocas ganas deberían haberle quedado a
los de mediaset de seguir por ese camino. Pero si echamos un vistazo a la
última ocurrencia de estos señores, un programa llamado “Gipsy kings”, podremos
comprobar que estamos lejos de que eso ocurra.
En “Gipsy kings”, seguimos la vida de cuatro familias gitanas
de lo más arquetípicas, que no típicas, posible. La de los artistas de éxito,
(los chunguitos), la que vende en el mercadillo, y consiente a su caprichosa
hija en todito todo, la que regenta una cueva en el sacromonte granaino, y la
del prestamista, (por no decir usurero), y vendedor de coches, al que solo le
falta encender puros con billetes para ir gritando el dinero que tiene. Lo
mejor de cada casa, vamos.
El problema del programa, no es ya lo mucho que tira de
cliché, o lo poco que de didáctico tiene. El show se limita a intentar arrancar
la carcajada del espectador a base de mostrar una burrada detrás de otra. Lo peor
es la terrible imagen que da del pueblo gitano, que no entiendo por qué no se
ha levantado ya en armas contra la productora.
Los gitanos de gipsy Kings son juerguistas, irresponsables,
sucios, maleducados, ignorantes hasta la barbarie (uno de ellos confesó que
hasta hace poco creía que el sol y la luna eran lo mismo, pero que se daba la
vuelta por la noche), caprichosos y trapisondistas. No valoran el esfuerzo de
ganar dinero y lo malgastan de forma
inconsciente y manirrota. Y no pierden
una oportunidad de hacer el ridículo delante de las cámaras, que esperan
pacientemente cada nuevo desmán, para incluirlo en el show. Ni qué decir tiene, que bajo mi punto de vista, y por mas que se intente vender respeto e incluso cariño por la raza de la que se ríe, lo que estamos es ante el programa mas racista que recuerdo en mucho, pero que mucho tiempo.
Pero el remate, es la clara, y para nada disimulada,
consciencia de la realización, de estar riéndose de sus protagonistas. Algo que
queda patente de forma lamentable en el segundo episodio cuando un juego
acuático de los miembros de una de las familias, en Mallorca, es acompañado del
famoso “Así habló Zaratustra”, tal y como en su momento acompañaba a los simios
protagonistas del comienzo de “2001. Una odisea en el espacio”. ¿Casualidad?
Sí, seguro. Yo, que soy muy mal pensado.
Un nuevo paso hacia la televisión del futuro. Riamos
mientras sea otro el blanco de los chistes, porque mañana nos puede tocar a
nosotros.
¡Cogerlos ahí!