Su Walter Mitty es un ejercicio, curioso y visualemente hermoso, de reflexión sobre el papel que los sueños juegan en las vidas de la gente, por llamarla de alguna forma, de andar por casa. Aquellos que nunca viajan a ninguna parte y cuyos trabajos no despiertan el mas mínimo interés de nadie. Ese tío en el que nadie se fija en el metro o al que ninguna mujer le pone ojitos en una fiesta. ¿Hasta qué punto ayuda a alguien así tener sueños? Según esta película, en nada. De hecho, tener esos sueños no hace mas que aislar aún mas al protagonista, creando una versión distorsionada de la realidad que le lleva a chocarse una vez y otra vez contra el muro del fracaso y la soledad.
Lo que la vida secreta de Walter Mitty expone es algo tan simple como que no hay que confundir sueños con aspiraciones, ya que en los primeros se puede vivir, y las segundas, sencillamente te hacen vivir. Y aunque tampoco haga falta tirarse de un helicóptero al oceano, o escalar el himalaya, (las aspiraciones de cada uno son las de cada uno), uno debe tomar esta historia como la gran metáfora que es sin mas.
Naturalmente no todo es perfecto en esta película. Algún momento no está demasiado logrado, (hay cosas que le hacen gracia a Ben, pero solo a él), y alguna de las fantasias, (conscientemente ridículas, por favor, no seguid confundiendo ese punto), es demasiado larga. Pero en general, funciona pefectamente, con un equilibrio entre lo visual y lo insinuado, el humor y lo emotivo, y lo real y lo onírico. Un ejemplo de todo esto es la magnífica escena en la que Mitty se lanza al interior del helicóptero espoleado por la canción que una imaginaria Kristen Wiig le canta guitarra en mano.
No es de esperar que el público en general comulgue con este planteamiento. Ya durante la proyección a la que asistí, pude oír voces en contra. Pero acaso no es el propio Walter Mitty un bicho raro e incomprendido.
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