Suelen decir en Hollywood, que la muerte hace carambolas. Y
desde luego no es la primera vez que perdemos, (los americanos dicen “pass
away”), a dos y hasta a tres nombres, más o menos importantes, de la industria
en cuestión de un día o dos. Robert Mitchum y James Stewart, por ejemplo, se
fueron con apenas 24 horas de diferencia, allá en Julio del 97. Y tanto si es
verdad que hay por ahí un señor de negro con guadaña, que se aburre, o si todo
es fruto de la casualidad, lo cierto es que hoy, cuando aún colea la muerte de
Robin Williams, nos despertamos con la desaparición de otro mito del cine.
Lauren Bacall. Inolvidable pareja en pantalla y en la vida real, del gran
Bogey.
Y ya que ayer, por encima de repasar una carrera, de la que
se podrían decir muchas cosas, pero que casi todas están dichas ya, preferí
reflexionar sobre el mito del payaso triste, hoy lo que me viene a la mente, es
aquella vergonzosa noche del 24 de marzo de 1997, cuando la, como casi siempre,
torpísima, academia de cine norteamericana, humilló innecesariamente, a la
Bacall.
Creo, si no me falla la memoria, que era la primera
ceremonia que mis ocupaciones profesionales me obligaban a escuchar por la
radio, (sí, yo veo la entrega de los oscars desde que tenía catorce años, ya sé
que no es tan digno y lógico como madrugar un domingo para ver la fórmula uno,
o quedarte hasta las seis de la mañana viendo los carnavales, pero seguro que
somos capaces de respetarlo también, ¿a que sí?), y ya antes de empezar, todos
teníamos dos cosas claras. Que iba a ser la noche del paciente inglés y que
Lauren Bacall, se iba a llevar a casa un óscar como un camión, más por el
conjunto de su carrera, que por el trabajo en sí que le había proporcionado la
nominación. Un regalo en una peli de Barbra Streissand, llamada “The mirror has
two faces” cuyo nombre en español nunca recuerdo, ni quiero mirar en google,
para no romper la tradición. Solo que cuando terminó la noche, lo único que se
había cumplido, fue lo primero.
Hay una cosa que yo siempre digo con respecto a los premios
de la academia. Para ganar un óscar, aunque pueda parecer de Perogrullo, hay
que alcanzar dos metas. La primera, estar nominado. Y la segunda ganarlo. Y
creedme que una cosa no tiene nada que ver con la otra, porque lo mismo se
puede ser el gran favorito hasta el día antes de las nominaciones, y luego
quedarte fuera, que entrar casi de sorpresa a última hora y terminar llevándote
el premio a casa. Un ejemplo lo tenemos en Ben Affleck, que no consiguió estar
nominado por "Argo" como director, principalmente porque el día en que salieron
las nominaciones, las grandes favoritas para el premio gordo, eran “Lincoln” y
“la vida de Pi”. Y muchos debieron pensar que no pasaba nada si el bueno de Ben
se quedaba fuera de una categoría especialmente saturada desde que son hasta
nueve las nominadas a mejor film. Luego, tras ganar el globos de oro, y otra
docena más de premios, la noche se hizo día, y el óscar fue para la peli de Ben
Affleck, que tuvo que ver como Ang Lee (o como diría mi amigo Blasco, el Puto
Ang Lee), se llevaba a casa una
estatuilla que todo el mundo pensaba que debía ser para Affleck. Pero como ya
he dicho, para ganar un oscar, primero hay que estar nominado.
El otro ejemplo es el de la Bacall. Ella sí que consiguió
estar nominada por un papel en el que cualquier otra actriz, sin nombre, ni una
carrera como la suya a sus espaldas, hubiera sido ignorada. Claro que todos lo
entendimos como un acto de justicia parecido al que en su día se hizo con Jack
Palance y su óscar por Cowboys de ciudad, o Christopher Plummer por Beginners,
y dimos por sentado que el premio se lo llevaba de calle. Por eso cuando Kevin
Spacey, abrió el sobre y en lugar de decir Lauren Bacall, dijo Juliette
Binoche, nos quedamos todos con la misma cara de tonto que se quedaría uno si
de repente le hablara el gato. Cosas de la academia… Hasta la propia Binoche,
pidió disculpas al recoger el premio. Que ya tiene tela tener que sentirte así
de incómodo en el momento, supuestamente cumbre, de tu carrera.
Bacall aguantó como pudo y se fue a casa sin óscar la misma
noche en la que le dieron uno a un tal Cuba Gooding Jr, por dar saltitos y
repetir aquello de “enséñame la pasta”. Otro ejemplo de lo cuestionable que es
el criterio de la academia a la hora de repartir premios.
El feo a “La mirada”, como se conocía a Lauren Bacall, en el
mundillo, (que es como el mundo pero en chiquitillo), pasa por ser la mayor
cagada de la historia de la academia. No porque Binoche no lo mereciera. La buena
mujer se echa la peli a la espalda en los ratos en los que Fiennes está tumbado
esperando el Palmolive. Sino porque la academia nunca se ha mirado en si lo merecías
o no, para dártelo. Y nominar a un mito del cine, y hacerle creer que vas a
darle un broche de oro a su carrera, para luego darle una bofetada, es digno
solo de turcos y luteranos. O de camperos que salen en camiseta a la calle,
cada cual que elija.
Pero como quiera que los mitos, se cimentan igual en claros
que en oscuros, ahí queda la afrenta de la academia como parte de la leyenda de
Lauren Bacall, que llegó tarde (decía un amigo mío que las flacas siempre se
hacen de rogar), a su cita con los oscars. Y al final, tuvo hasta que pagar la cena.
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