Monday, July 9, 2018

Memorias de un hijo del Levante- Capítulo 53 - Encierro.

La de tiempo que hace que no escribo yo por aquí. Aro, na mas que mundial y Curro Slalom, y mundial, y De Gea, y siiiiiuuuu y chalauras de esas que no valen pa na. ¿Hay cosa mas tonta que tomarse una inrritasión por el fútbol? Como mi vecino Amaro, que el otro día iba por la escalera que parecía que llevaba a Bud Spencer reginchao en la espalda. Arrastrando los pies y hecho una alcayata, con las mismas ganas de vivir que el prisionero de la máscara de hierro. Que  tenía un panorama para matar, desolador, el muchacho. Encerrao en una torre con la cabeza metía en un cacharro de hierro colao, con un agujerito pa respirar y dos rajitas pa intuir por donde iba. Y to porque España había perdio. Pues a lo hecho, pecho. Que yo es verdad que no estoy muy puesto en fútbol y la verdad que hace tiempo que no veo un partido, pero seguro que ni Butragueño ni Julio Salinas estaban ayer tan deprimidos por haber perdido con Yugoslavia o con quien quiera que fuera que jugáramos.

En fin.

De lo que yo quería hablaros es de lo que me pasó ayer y que fue de carácter tremebundo con complicaciones de vaya tela. Y es que algunas cosas de la naturaleza humana o no tienen sentido o están mal explicás. Porque estaba yo el domingo charlando tranquilamente con un matojo que hay en la esquina de mi bloque, que no es que tenga una conversación muy interesante, pero que escuchar, sabe escuchar, cuando apareció Amaro con otro vecino de más abajo, que es óptico de gafas y que no suele hacer mucha vida social, pero que cuando algun otro vecino lo trinca por banda, suele mover la cabeza de arriba a abajo, con el dedo índice en el bigote como Viki el vikingos, diciendo, sí, sí, sí, y claro, claro. Así, con todas las letras, porque me creo que es salamanqueso o de Oviedo. Y venían los dos hablando de toros y de que habían venido a Algeciras dos toreros muy buenos que habían triunfado a lo grande. José y Tomás. Los dos. Y Amaro diciendo que no vea que temple y no vea que jechura, y el otro, claro, claro y sí, sí. Y entonces al pasar por mi lado, dijo Amaro, "y ahora viene San Fermín" y yo me quedé ahí a la escucha porque que venga alguien nuevo siempre me pone nervioso, pero si es de caracter divino, ya es que no doy pie con bolo, porque yo los temas de protocolo y de si hay que inclinarse o santiguarse o besarle el anillo o decirle a la orden de usía o qué sé yo, no los domino en ninguno de los absolutos, conque trinqué a Amaro por las solapas y le dije "¿ese a qué viene?" y él me soltó un manotazo y me dijo "quita, loco" como diciendo, "como se de cuenta el óptico que no sabes tratar santos se frota la comisura el bigote" y ahí me quedé callao por prudentismo. Y ya cuando se iban le escucho decir, "a mí es que me encantan los encierros" y ya no me hizo falta escuchar mas na. Tenía claro que para contentar al santo, tenía que encerrar a Amaro.


Y esa misma noche lo preparé todo. Metí en el cuarto de los contadores una escupidera que tengo de cuando era chico con el gato andaluz pintao, un surtido cuetara pa que comiera con un batido de fresa y una colchoneta de la playa con la bufa al lao, porque yo, ganas de hincharla no tenía, y me senté en la escalera a esperar a Amaro, que como estos días está de Fernández, porque la mujer y los hijos están en Torreguadiaro, él vuelve a casa mas bien tarde con el hocico oliendo a adobo y a estrella de Galicia. Y cuando llega, abro la puerta del cuarto de contadores y le digo "Mira, Amaro, mira" y él, "¿qué pasa?" y yo "mira, mira, mira" y él, acercándose a la puerta, dice "¿el qué?" y yo, "el peo que te tira" y lo empujo pa entro y echo un candao que había comprao en la ferretería Maldonado. Y trinco parriba más rápido que ligero.


La verdad, yo al principio pensaba que Amaro se lo estaba pasando bien, porque lo escuchaba chillar y dar porrazos, pero luego resulta que llamó a la policía por to la cara. Lo que es meter la pata pero hasta el corvejón y aguar la fiesta porque va la policía y se presenta en mi casa, y me sacan de la cama y me obligan a bajar a abrir el candao a base de caballero y de no se ponga nervioso, mientras el óptico de gafas, decía sí, sí, sí. Y ahí que voy yo y le abro a Amaro y sale echando espuma por la boca y dando empujones, no mostrándose razonable para nada. Y yo que lo veo y salgo de allí najao porque me veía finado. Y Amaro detrás, y la policía detrás, y yo corriendo por las calles a to lo que me daban las fuerzas y ellos pisándome la talonada. Y uno que nos ve en la esquina, dice, "mira, San Fermín" y yo, "Cálmate Amaro, que ya está el santo aquí y estamos dando un espectáculo que no viene más" Pero yo creo que a él ya le daba igual el santo, y hasta que no me trincó en la esquina de la calle Tarifa, no paró. Me enganchó por la axila sobaquera y me dio un revolcón que todavía está sonando el talegazo.


"Hombre, es que usted lo entendió mal" me dijo el comisario luego, cuando ya habían calmado a Amaro. "El encierro es con toros" y ahí ya me puse yo lívido, porque si Amaro me dio el revolcón que me dio, por un rato encerrao, imagínate lo que te puede hacer un toro, que está más rato. Y la gente luego lo suelta y a correr... Pero el loco soy yo. Cuidao.











El desagradecio ni hinchó la colchoneta. Ahora la caja de Cuétara voló

No comments:

Post a Comment