Tuesday, May 27, 2014

Trabajos de amor perdiditos del tó. capítulo 3 "Amor abrasador"

Muchos años después, frente a la soledad que le imponía su exilio, el hombre de fuego, habría de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a urgencias, tras haber estallado en llamas por primera vez en su vida. Menudo espectáculo había sido aquel. En mitad de la clase de gimnasia. Justo cuando Alfonsito Rebolledo, con su carísimo chandal conmemorativo del campeonato mundial de fútbol, se disponía a saltar el potro. Un breve periodo de intenso calor, de unos tres o puede que cuatro minutos, mas o menos, y luego, las llamas, directamente. Cual si de una antorcha humana se tratara o tratase. Y se trataba, se trataba. Vaya si se trataba.

- ¿Qué está haciendo, Soldevilla? - dijo el profesor, bastante sorprendido.
- ¡¡¡¡¡¡aaaaaaaaaahhhhhhhhh!!!!!! - decía Soldevilla, mostrándose lejos de estar dispuesto a contestar pregunta alguna acerca de su, por otra parte, irregular, comportamiento.
- Desde luego esto es un escándalo. Le exijo que cese inmediatamente esta pantomima. Mire como está poniéndolo todo.
- ¡¡¡¡¡¡aaaaaaahhhhhhhhhh!!!!!!
- No me obligue a llamar al director. Rebolledo, haga algo.
- ¿Yo?
- ¿Hay otro Rebolledo?
- Sí, mi hermano.
- ¿En serio?
- Pues sí, está ahí sentado, detrás de usted.
El profesor se volvió para comprobar que, efectivamente, había otro chico con un carísimo chandal conmemorativo del campeonato mundial de fútbol, sentado justo detrás de él, mirándole con ojos de buho asturiano, y la mano levantada.
- Muy bien, muy bien. Pero como usted ya está en pie, encárguese del asunto.
- Como usted diga.
Y dicho esto, salió el niño corriendo y no volvió hasta el día siguiente.
- ¡Maldita sea! Al final siempre tiene que hacer uno mismo las cosas.
Y como ya no le quedaba mas remedio que afrontar el problema, se colocó estratégicamente en mitad del gimnasio, y al pasar el niño en llamas junto a él, le puso una zancadilla digna del defensa central de la selección turca, enviando a Soldevilla, que en ninguno de los momentos, dejó de arder, al duro suelo.
- ¡Qué costalada! - dijo uno de sus compañeritos que había sacado el bocadillo y andaba ya dando buena cuenta del mismo, cual si viendo la función de tarde en el Gran Circo Teliri, se encontrara o encontrase.
- Rápido, una manta. - dijo el profesor. Y otros tres alumnos que salieron corriendo hasta el día siguiente.
Afortunadamente, Soldevilla, dejó, justo en ese instante de arder, ante los ojos atónitos de los presentes.
- ¿Está usted bien? - preguntó el profesor. - Vaya ocurrencias que tiene. Mire que salir ardiendo. Es usted un gamberro de campeonato.
- ¿Lo siento?
- Ya puede sentirlo, ya.

Y aunque el chico no tenía ni una sola quemadura en todo el cuerpo, ni mas secuela que un susto de categoría, que le impidió ir al baño con normalidad durante mas de dos semanas, su padre, diseñador de botijos, de profesión, le llevó esa misma tarde al médico para ver si se aclaraba por qué había salido su hijo ardiendo sin que hubiera razón alguna para ello.

- Interesante, interesante. - decía el galeno mientras examinaba el interior de la oreja del chiquillo con una especie de aparato sueco. - Interesante.
- ¿Usted cree? - preguntaba el diseñador de botijos.
- Un oido común. De lo mas normal.
- Entonces, ¿Por qué es ineteresante?
- Pues por eso, señor mío. Por eso.
- Ah, entiendo.
- No parece que haya motivo alguno para el incendio corporal que ha expermientado su vástago. Por lo que debemos concluir que ha sido algo fortuito. Anecdótico. ¿Entiende?
- No.
- Da igual. El caso es que no creo que se repita mas. Con que sigan con su vida sin mas, y en caso de que se repitiera, vuelvan a verme para mirarle el otro oido.

Y así lo hicieron. Solo que en el plazo de un mes, el niño ardió en otras cinco ocasiones mas.

Los médicos no sabían qué hacer ni qué decir. Los estallidos flamígeros empezaban a ser cada vez con mayor frecuencia, y aunque el niño de fuego no sufría nunca daño alguno, cualquiera que se acercara a él, terminaba como un ninot en las Fallas de Valencia. La cosa no podía estar mas mantecosa.

A los quince años, la familia Soldevilla, decidió internar a su hijo en el centro de investigaciones raras de Wisconsin de la Sierra, donde el doctor Mercury, se encargó personalmente de su caso. Hasta que acertó una quiniela de dieciocho resultados, y se retiró a Suiza a vivir la vida. Fue entonces, cuando la investigación pasó a manos de un eminente profesor de la universidad de Zurich Kato, llamado Eugene Parmesano, que acudió con un equipo de tres estudiantes de la mejor calidad, todos ellos bien vestidos y peinados, y con su título enmarcado con gran gusto con marco en wengé, de entre los que destacaba, la joven Sofía Limón, rubita, rubita, y de hermosos ojos azules y amarillos.

- Interesante, interesante. - Dijo el profesor Parmesan nada mas verle el oido por dentro al asombroso hombre de fuego.
- yuk, yuk - respondió él, sin poder dejar de mirar a Sofía, de la que se había enamorado perdidamente en el mismo instante en el que la vio.

Varios e indeterminados en número, fueron los años que el hombre de fuego pasó en el instituto de investigaciones raras, bajo la tutela del profesor Parmesan y su alegre séquito de estudiantes bien vestidos. Y desde luego, fueron los mas felices de su vida. Por las mañanas, los días que no estaba ardiendo, se tomaba su cafelito con leche y galletas campurrianas, mientras charlaba de temas varios con Roko o Marcelus, que eran los otros dos estudiantes de los que no estaba enamorado, pero que igualmente le caían bien. Cuando estaba ardiendo, también se tomaba el café con leche, pero en vez de galletas, tomaba tostadas. Por razones obvias. Sobre las diez o diez y media, el profesor Parmesan le miraba un rato la oreja mientras decía "Interesante, interesante" y luego ya, despues de comer, pasaba la tarde con Sofía.

¡Ah!, Sofía, Sofía. Que guapa y que fermosa era. Y qué simpatica y risueña. Él hacía un chiste y ella se reía. jajajaja, decía. jajajaja. Qué risa mas bonica y cantarina. Cómo le hubiese gustado poder declararle su amor. Pero cómo hacerlo siendo un hombre de fuego. ¿Acaso iba ella a querer compartir su vida con alguien que en el momento mas inoportuno podía transformarla en un chorizo criollo? No. No podía ser. Mejor disfrutar de su compañía mientras se pudiera y luego, ya se vería.

Una tarde de Abril, a las cuatro y cuarenta y ocho minutos, siempre según el reloj de cuco del pasillo, Sofía se acercó, un poco sería, hasta el recinto donde el hombre de fuego permanecía confinado. Tuvieron que ponerlo en una especie de pecera donde no pudiera quemar nada, ya que costaba un ojo de la cara, y de los caros, reponerle el mobiliario cada vez que ardía. Él ya notó que algo doloroso se aproximaba. Y efectivamente, le dio en un costado con una paraguas que la muchacha llevaba debajo del brazo. - ¡Ay! - dijo al notar la punta del paraguas clavarse en sus carnes. - ¿Qué? - dijo ella, que era un poco despistada. - Nada, nada.

- Tengo que decirte una cosa. - dijo ella. - El mes que viene me voy.
- ¿De vacaciones?
- No. Me voy a Zurich Kato. Regreso al hogar para casarme.
- ¿Para casarte?
- Para casarme.
- ¿Para casarte?
- Me parece que no te han examinado el oido lo suficiente.
- Pero, ¿Con quién? Y sobre todo, ¿Por qué?
- Es alguien que conocí el año pasado en Marienbad, cuando estuve de vacaciones Santillana. Nos enamoramos enseguida y ahora vamos a dar el paso.
- ¿Qué paso?
- ¿Qué pasó?
- No, ¿Qué paso?, sin acento en la o.
- Ah. El paso de casarnos.
El hombre de fuego volvió la cara para que ella no lo viera llorar.
- ¡¡¡¡¡¡¡Buaaaaaaaaaa!!!!!!! - gritó, haciendo inútil el esfuerzo de volver el rostro.
- Siento que te lo tomes así. Había traído la baraja francesa para echar unas partidas, pero supongo que ya no te apetece...
- ¡¡¡¡¡Buaaaaaaa!!!!! - insistió el hombre de fuego. Y luego, estalló en llamas por última vez en su vida, ya que en esta ocasión, no volvió nunca mas a apagarse.

Un año despues de despedirse de su amada, el hombre de fuego, vivía ya sin la menor gana de hacer nada. Se pasaba el día y la noche ardiendo, sin mas. Con lo que ni el profesor Parmesan podía acercarse a su oreja, ni nadie podía acercarse a nada. Hasta que un día, una carta del ministerio de investigaciones raras, informó que no podían seguir haciendose cargo del caso y ordenó el exilio de el hombre de fuego a una de las cuevas del monte Peluzzo. Una crueldad como un camión, pero que en los cuentos populares, suele darse mucho.

Con la ayuda de Roko y Marcelus, recogieron las pocas cosas que el ardiente poseía y las trasladaron a la cueva. Luego, colocaron una cama y un sillón de piedra para que ehara allí sus buenos ratos, y, por último, en un detalle cantidad de bonito, le dejó Roko, apoyada en una esquinita de la pared, una foto de Sofía, en la que llevaba el puñetero paraguas con el que tantas veces le había pinchado el estómago.

Ah, qué guapa estaba en esa foto. Qué guapa. Asi se hubiera pasado los años el hombre de fuego contemplando a su amada, si no fuera porque un día, una maldita brisa asquerosa a mas no poder, penetró furtivamente en la cueva tumbando boca abajo en el suelo, la foto de la gachí del paraguas.

Pobre. Pobre hombre de fuego. El único recuerdo de su amada, tumbado boca abajo en el suelo. ¿Qué hacer ante semejante situación? ¿Intentar ponerlo en pie y arriesgarse a que la foto ardiera por los cuatro costados, de los cuales, al ser una foto, dos de ellos eran extremadamente finos? O dejarla donde estaba y confiar en su memoría para recordarla resignándose a no poder contemplarla nunca mas.

Y tratando de decidir cuál era la mejor opción, dejó el hombre de fuego pasar un año tras otro, y luego otro y otro, hasta que ya nadie, ni él mismo, se acordaba de él. vaya tela de final para esta historia.

 Cogerlo ahí

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