He estado observando esta semana, a
raíz de la muerte, (otra mas, vaya añito...) del actor y director
británico, Richard Attenborough, cómo en todas partes donde se daba
la noticia, se subrayaban, por encima de cualquier otra cosa que el
buen hombre hiciera en su, (al menos esta vez, larga), vida, sus
intervenciones como intérprete en “La gran evasión” y “Parque
Jurásico” y su enorme éxito como director, con “Gandhi”.
Comprensible. No seré yo el que deje de reconocer el loable mérito
que conlleva la filmación de un mastodonte como “Gandhi” y el
acto de justicia que representa, que semejante figura histórica,
tenga notoria resonancia dentro del séptimo arte. Por más que a mí
me aburra mas que hacer cola en correos. Claro que esa discusión,
mejor la dejamos para otro día.
A mí, en general, nunca me pareció
Attenborough, un gran director. Mas bien un tipo que quería ser
David Lean. Que tuvo los medios para ser David Lean. Pero que, ay...
no era David Lean. Y supongo que, por eso, y esto sí que no lo he
visto en ninguna cadena, su película mas pequeña y modesta, es, de
largo, su mejor obra.
Corría el año 61 cuando el escritor
C.S. Lewis, mas conocido por “Las crónicas de Narnia”, publicó
un ensayo llamado “Una pena en observación”, donde reflexionaba
en voz alta sobre el dolor por la pérdida de un ser amado. Una obra
profunda y contundente, de una sinceridad escalofriante, que siempre
ha tenido, y tendrá, un lugar de privilegio en mis estanterías. Era
bastante lógico que alguien intentara sacar de ahí, una buena
historia que llevar al cine.
El “Shadowlands” de Attenborough, o
“Tierras de penumbra” como se llamó en España, no fue la
primera “adaptación” del libro de Lewis, pero es la mas
representativa. Una recreación profundamente emotiva de la historia
de amor entre el escritor, maravillosamente encarnado por Anthony
Hopkins, y su esposa, la escritora estadounidense, Joy Gresham, a la
que interpreta, con su maestría habitual, Debra Winger. Una película
sencilla, pero hermosa, que habla de cómo a veces, eso que tan fácil
es para unos, como es el amarse sin concesiones, puede ser tan
complicado y tortuoso para otros. Cosas de la vida...
Una pena, en mi opinión, que nadie se
haya acordado de este logro del desaparecido cineasta, por mas seguro
que esté, (que lo estoy), de lo orgulloso que se sentirá el hombre,
allá donde esté, de ser recordado por el mastodonte.
Quede, en todo caso, este humilde
homenaje a su otra obra, la pequeñita, de parte de un servidor.
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