Si yo digo aquí y ahora que Top Chef, es probablemente, mi
programa (programa, no serie), favorito de los que actualmente adornan la
parrilla televisiva de nuestro país, alguno que me conozca un poco podría
decir… “¿En serio? ¿Un programa de cocina?” Y aun siendo legítima su extrañeza,
lo cierto es que no podría estar, quien quiera que fuese el atrevido/a, mas
equivocado, porque según mi opinión, Top chef, es un programa, de muchas cosas,
menos de cocina. Aunque los concursantes cocinen, al menos de vez en cuando.
Cuando Top Chef llegó a nuestro país, lo hacía con el
hándicap de haberlo hecho después de otro programa de parecida propuesta,
“master chef”, bastante popular y de incontestable éxito. ¿Qué podía ofrecer
este que no ofreciera ya el otro? Aparte del hecho de que los concursantes de
este, son obligatoriamente profesionales, y los otros no… Pues a Chicote, por
un lado, y el ego ingobernable de algunos de sus concursantes por otro. Esto
último bastante fácil de conseguir cuando juntamos a un puñado de “genios de la
cocina”. Y ahí es donde Top Chef, le gana la partida a su hermano.
Top chef empieza siempre con una prueba que tiene que ver
con la cocina, pero no necesariamente con cocinar. Al menos a los niveles que
uno asocia con la palabra Top. Abrir una ostra, pelar patatas, limpiar un
pescao o, como ayer, reinventar el supuesto plato favorito de la infancia de
cada concursante, basándose en el testimonio de algún familiar. Esto hizo que
unos tuvieran que elaborar unas lentejas, y otros, o mejor dicho, otro en concreto,
una rebanada de pan con aceite y tomate. Lo dicho, top, top. Lo que hace Ferrán
Adriá, todos los días. Luego sí que
pasan a cocinar, normalmente en grupo. Pero con condiciones. Bajo demanda del
programa y contra el reloj. Una de estas pruebas, por ejemplo, fue cocinar a
base de las raciones enlatadas que encontraron en la cocina de un cuartel. Naturalmente
este tipo de pruebas no hacen ganador al mejor cocinero, sino al más ingenioso,
o al que más suerte tiene. Al final, un grupo reducido, que a veces es incluso
de dos, compiten por la última oportunidad, elaborando un plato, también con
condiciones. Estas ya más suaves, eso sí. Y también contrarreloj. El que hace
el peor plato, se va a la calle.
A mí, que no cocinen apenas, y que los pongan a sudar la
gota gorda, me encanta, porque me resulta más divertido que ver elaborar un
plato maravilloso, (sí, es que no me gusta tanto la cocina), pero sobre todo
porque eso hace que afloren los nervios, y salga a la luz la vena competitiva
de los concursantes. Y el ego que mencionaba antes. Y al final terminan dándose
espectáculos tan lamentables, y por supuesto, tan divertidos como el de anoche,
cuando el concursante más egocéntrico, maniático y antisocial, de esta, y de
cualquier otra edición, fue expulsado.
Carlos, que así se llama la criatura, es un cocinero de la
ostia, de esos que sacan el cubo del nitrógeno más veces que el tarro del
azafrán. Y es capaz de hacer las más grandes maravillas, como ha demostrado
alguna vez. Pero tiene un claro problema de comportamiento y de sociabilidad,
que le ha llevado a situaciones penosas pero hilarantes. A mí es que me
recuerda a Ben Stiller, interpretando alguno de sus desquiciados personajes. El
tío es tan nervioso, que alguna vez ha salido rodando por el suelo del estudio,
se ha peleado con todo bicho viviente, y ha soltado por la boca sapos y
culebras cada vez que le ha parecido. Y en justo castigo a su soberbia e
insoportable personalidad, ayer, el programa, decidió putearlo con la mayor de
las torturas posibles. Trajo a su madre para que cocinara con él.
Lo primero que Carlos, (que suele tener razón en casi todo
lo que dice, pero escoge la peor forma de decirlo, siempre), soltó por la boca, fue que aquella prueba lo
colocaba en desventaja ya que todas las madres del resto de compañeros, eran
cocineras, mientras que la suya no había encendido una plancha en su vida. Y
desde luego se notaba. La mujer, a la que habían encargado escoger los
ingredientes con los que su hijo luego tenía que cocinar unos canelones,
seleccionó un pescado, que ahora no recuerdo cuál era, y mostró desde el minuto
cero una extraña y enfermiza fijación con el hinojo, que casi acaba con la
paciencia, y sospecho que con la vida, de su hijo. A cada paso que el chico
daba, ella le recordaba que no había usado aun el hinojo, y que debía hacerlo,
sin importarle el hecho de que su hijo, cocinero profesional, y auténtico
concursante, le hubiera repetido hasta la saciedad, que no pensaba usarlo de
ninguna de las maneras. “El hinojo, Carlos, por favor. El hinojo. Echa un poco
de hinojo, te lo pido por favor. El hinojo. El hinojo. El hinojo…” y así
durante los veinte, treinta o cuarenta (no recuerdo cuantos) largos minutos que
el hombre tuvo que sufrir la prueba. Naturalmente todo le salió mal y terminó
cayendo en la última oportunidad, donde se enfrentó a dos rivales bastante
fuertes, la cagó y terminó expulsado, por más que le porfiaba al jurado una y
otra vez que su plato no era tan malo como ellos decían.
Pero lo mejor aún estaba por llegar. Si su paso por el
programa había sido tormentoso, su salida fue, directamente lamentable. Casi
dejando a los jueces con la palabra en la boca, se dio media vuelta cantando
bajito, se metió en la sala donde esperaban el resto de concursantes y les
soltó algo así como que no quería palabras de consuelo ni de ánimo, que lo
dejaran tranquilo, y no les dijo que se fueran a la mierda, porque dios no lo
quiso. Los compañeros no salían de su asombro. Ni qué decir tiene que su mayor
enemigo declarado en el concurso, un tal Marc, de similar soberbia y con el que
ya había tenido agrios enfrentamientos, aprovechó para soltarle lo que le
pareció, mientras Carlos, al más puro estilo patio de colegio, alzaba la voz
sobre la suya para no escuchar lo que tenía que decirle. Solo le faltó taparse
los oídos y decir, nananananana… Luego, cuando ya le hablaba solo a la cámara,
se lamentó de que no hubieran sabido apreciar su afán de innovación, asegurando
que para él lo más fácil hubiera sido hacer la mierda de plato que habían hecho
sus compañeros. Un regalito de muchacho al que echaremos mucho de menos en los
dos programas que quedan. Salvo que el concurso se saque algo de la manga para
darnos más ración de Carlitos. Que no lo descarto.
Carlos se lo ve venir...
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