Wednesday, March 7, 2018

Memorias de un hijo del Levante. Capítulo 50. "Cincuenta"



Me ha pedido el Padrino que para el capítulo 50 de mis memorias, cuente algo distinto, alguna anécdota o historia especial. Y yo al principio le he dicho “aro, aro” porque la verdad me ha pillao que estaba pendiente de mi vecino Amaro, que tengo la sospecha de que baja la basura por las tardes después de comer, y como lo pille, lo voy a meter dentro del contenedor, porque eso no se puede. Y a mí un día que estaba cantando Turnedo de Ivan Ferreiros, me dijo que las cuatro de la mañana no era hora de cantar, que cada cosa tiene su hora, y yo me bajé de la azotea, guardé el megáfono y me callé. Y si yo me tengo que ajustar a las horas en las que se puede cantar y en las que no, él se tiene que ajustar a las horas en las que se puede bajar la basura y en las que no. Conque le dije al padrino “aro, aro” y luego ya me quedé pensando en lo que me había dicho. Porque una historia especial, ¿qué es?, algo de Algeciras, ¿no? Porque si los de Algeciras, somos los especiales, pues entonces una historia de gente de Algeciras, es una historia especial. Pero claro, si luego dice, algo distinto, entonces no puede ser una historia de Algeciras. Y ahí me quedé yo que no sabía por dónde tirar, porque eso es lo que se llama caer en veintidós trampas. Que tires por donde tires, te equivocas. No sé si me explico. Conque seguí pensando y pensando y al final me dije, “bueno, pues una historia de alguien de Algeciras, pero que no transcurra en Algeciras, es una historia especial, y es algo distinto, y un juguete y un chocolate. Todo a la vez” y ahí di con la solución. Pues voy a contar lo que me pasó una vez que estuve encerrao en un manicomio, que ellos prefieren llamarlo clínica, cerca Madrid. Por tema de que había ido con mi hermano a ver un partido del Madrid, porque él es muy forofista, y justo la tarde del encuentro me dio la cosa mala y me lie a cabezazos con el personal del hotel y un ciudadano anónimo, que se llamaba Antonio, y que cobró por goloso. Porque había una máquina de chocolatinas y pralinés en el hall y le pilló el sarao sacándose un toblerone. 

Yo en general soy muy tranquilo, pero todo aquello del partido me puso nervioso, porque, por lo que decía mi hermano, los indios iban a atacar a los vikingos, que por lo visto éramos nosotros. Bueno, nosotros no. Porque nosotros somos especiales, como ya he dicho antes, pero se ve que, en Madrid, son vikingos. Por el tema ese de viki, que me creo que fue el primer alcalde que tuvo Madrid, y que por eso la llaman la villa de Madrid. Porque Villa en vikingo se dice Viki. O al menos, es lo que deduje yo. Y lo importante en este asunto era que había que vencer a los indios, para luego ir a ver a la Cibeles, que es una diosa que se quedó de piedra y la gente, en vez de buscarle una cura valyria, la subieron en lo alto de una calesa y la pusieron en medio de una fuente. Que es una cosa que a mí no me parece normal, pero que son costumbres vikingas y yo no soy quien para cuestionarlas. Y por lo visto la cosa estaba complicada porque los indios estos eran atléticos. Es decir, que estaban en forma, y yo a los vikingos, los veía venga que de beber cerveza y venga que de comer pescao en adobo, y huevos con chorizo, conque empecé a ponerme nervioso en plan, “que nos llevan por delante, que nos llevan por delante” y claro, no me quedó más remedio que ponerme a dar cabezazos. Y mi hermano que no me tiene paciencia, a la que tumbé al sexto, llamó a los guardias y en el manicomio me encerraron. 

Yo, la verdad, estoy bastante acostumbrao a la reclusión loquera. Pero me gusta estar con los míos. Con mi amigo Tenorio, o Rafaelito el kill machine. Y allí no conocía a nadie, conque cuando ya llevaba allí un par de días y empecé a estar más espabilao del pinchazo que me habían sacudido para que dejara de tumbar gente a cabezazos, me presenté a ver si hacía algún amigo nuevo. “Vikingo” le dije a uno que había con un gorro de lana y el ojo izquierdo pegao de legañas. “Sección especial” añadí. Y él me miró y me dijo “blup” que me creo que es “aro, aro” en vikingo. “¿Sabes cómo ha quedao la guerra con los indios?” le dije. Y él se rascó la nariz y luego bostezó. Pero uno que había en la otra punta, al escucharme, salió corriendo pa mí y me tapó el boquino con la mano, como diciendo, “caaaaallaaaa, que la va a liá” y luego tiró de mí pa un apartao y me dijo “hay orejas por todas partes” y le dije yo, “aro, aro. Una a cada lao de la cabeza” y él, “este asunto es muy peligroso. Nos han encerrado aquí para que no intervengamos. Pero yo estoy preparado” y yo “Blup”, por no decir otra vez “aro, aro” y que el tío viera que dominaba el tema. “¿Quién te ha metido aquí?” y yo, “la policía, porque le di un cabezazo a uno que se estaba comiendo un toblerone” y él me miró como admirado, y moviendo la cabeza así parriba y pabajo como los perretes de las bandejas de los coches, pero en slow motion. “Sin duda eres la persona que estaba esperando. Ellos me dijeron que vendrías. Pero yo había empezado a perder la esperanza” y yo “pues eso es lo último que se pierde” y él entonces me pega un abrazo llorando y me dice, “desde que te vi entrar supe que eras el elegido y que venías a liderarnos. Tú nos llevarás a la victoria y luego a la libertad”, y ahí me di cuenta yo de que a ese había que aclararle las cosas porque estaba bordeando el peligro de meterme en otro lío. “Yo del Ejido no soy, soy de Algeciras. Y a lo de la Victoria me apunto, que a eso hemos venío mi hermano y yo, pero luego vamos a la Cibeles” Y él me pegó otro abrazo y me dijo, “Si esas son tus órdenes, a la Cibeles iremos” y yo ahí ya solo dije lo único que se puede decir en una situación como esa, “Blup ,blup”

Mi nuevo amigo, que no me quiso decir su verdadero nombre porque decía que era mejor hablar en clave desde ese momento, me dijo que lo llamara Dragón mítico. Y a mí me puso Petirrojo de los Andes, en lo que era una clara descompensación, pero tampoco quise discutir porque no era mi manicomio, y esas cosas merecen un respeto. El tío se veía que controlaba y que esperaba mi llegada dese hacía tiempo, porque tenía escondío en los arbustos del patio un arsenal de armas para cuando llegara la rebelión. “Toma, me dijo. Para ti, la mejor espada que tengo” y me largó medio palo de fregona, con dos cartones de papel de culo amarraos en la parte donde debía empezar la empuñadura. “La llamo, Trinchapuercos”. “Buen nombre” le dije yo, trincado la espada y metiéndomela en los pantalones. “Pa mí, la segunda mejor, la destripafulanazos” y sacó otro medio palo de fregona, con lo que parecía un hueso de esos que llevan los negros amarraos en la cabeza, pero de plástico. Un restillo de carnaval, me imagino. “Ahora coge una de estas bolsas y llénalas de piedras” y yo trinqué la bolsa y me quedé mirando el suelo. “Aquí no hay piedras, Dragón mítico. Esto está almidonao de cemento” Y Dragón mítico resopló como diciendo “mierda, es verdad” y entonces se metió la bolsa en los calzoncillos, por la parte del yeski y dijo, “pues ya la llenaremos en la calle. Ahora hay que correr, que el furgón de la lavandería está en la parte de atrás y en cuanto terminen de echar el pitillo, se van, pero con nosotros escondidos entre la ropa” y yo lo paré porque estaba clarinete que no había pensado bien el plan aquella criatura. “Quieto Dragón mítico” “¿qué pasa, petirrojo de los Andes?” “Hay algo que no has tenido en cuenta. Somos vikingos” Él me miró como diciendo, “Vas años luz por delante de mí, Petirrojo de los Andes” con que se lo aclaré. “Hay que ir uniformao de vikingo” y ahí él me pegó el tercer y último abrazo, porque le metí un bocao en la oreja pa dejarle claro que el tema teletubbi se había acabao conmigo. “illo, tú cuando estés de acuerdo con algo, me dices blup, o me chocas los cinco, pero déjate de mimoseo, que de donde yo vengo, nos gusta que corra el aire” y él lo pilló rápido. 

Uniforme de vikingo no había. Pero en el camión de la lavandería nos pudimos colocar dos trajes de enfermero y con un periódico viejo, nos hicimos un casco de papel, que más parecía un capirote que un gorro con cuernos, pero que estábamos en modo apaño, con lo que nos conformamos y punto. Dragón mítico dijo de buscar unas buenas botas de soldao, que tampoco había. Pero tuvimos la suerte de que unos días antes habían actuado unos payasos mikolores en el manicomio y habían dejao la ropa pa lavarla, conque pudimos trincar los zapatones, que no son botas pero que eran de goma dura, dura, y valían si alguien intentaba clavarnos una pica en un pie, o un hacha india, que se llama estomagók. Y con el traje de enfermero, los zapatos de payaso, la espada de madera y el capirote de papel, nos escapamos de ciempozuelos, que era en donde estaba el manicomio, y nos fuimos en busca de la Cibeles. 

La verdad es que el camino no lo teníamos muy claro, conque cuando a Dragón mítico le pareció, nos revoleamos de la furgoneta y nos echamos a correr. Claro que con los zapatos de fofito solo dimos cuatro pasos antes de partirnos el careto en el suelo. 

“Ay, ay, ¿qué os ha pasado?” dijo una voz a nuestra espalda. “Vikingo” dije yo. “indios” y el de la voz, que era un hombre así mayor, como ancianado, nos miró y dijo, “Ah que sois del sanatorio de los loquitos. ¿Qué venís de hacer una función? Qué labor más bonita que hacéis. ¿Y por qué estáis tan lejos? ¿Y el coche?” Y yo, sacudiéndome el polvo, le dije “Yo, Petirrojo de los Andes. Este Dragón mítico” y él nos miró y dijo “Ya veo lo que pasa aquí. Sois hippies, ¿no? Hijos del viento. No sabéis lo que me alegra haberos encontrado, hermanos. Yo soy de los vuestros. O lo fui en otro tiempo. Ya quedamos pocos. Hoja mecida por el viento, me llamo yo. Venga que os acerco a la ciudad” Y Dragón mítico se me acerca y me dice, “Este es el enlace, ¿no?” Y yo, que viendo cómo se estaba poniendo la cosa, en vez de seguirle el rollo, que es lo aconsejable con los dragones míticos, decidí pararle los pies ahí, porque se empezaba a mascar la tragedia, le digo “No tengo ni idea de lo que estás hablando. Ni tú ni este tío” Y él que sonríe y me dice, “Entiendo. Yo tampoco se nada ni he visto nada.” Y se vuelve pa la hoja mecida por el viento y le dice “llévanos a la Cibeles, hermano” y pallá que fuimos los tres. 

Y por si no tenía yo ya bastante claro que aquel tema iba a terminar mal, ya lo que pasó en la Cibeles fue de traca. La hoja mecida por el viento, nos deja en una esquina, y el dragón mítico, que cuando vio a la Cibeles, no sé qué siroco le dio que salió corriendo y se tiró de cabeza a la fuente. Y yo detrás, claro. Porque alguien tenía que poner un poco de cordura en todo aquello. Y el viejo que se pone en pelotas y empieza a gritar, viva el amor libre, viva el mayo del amor. Y venga de darse ajogaillas en la fuente. Y el dragón mítico que iba ya por el pescuezo de la estatua. Y yo tirándole del pie, porque aquello no veía yo que tuviera na que ver con la guerra entre vikingos e indios, y si os soy sincero, yo ya tampoco es que me sintiera ya tan identificao con aquel tema. Si eso era más cosa de mi hermano que mía. Y allí que había ya como docena y media de peña chillando. Y yo que veo de lejos a dos municipales con las mismas intenciones que los carapapas aquellos del señor de los anillos que invadieron el castillo, me meto debajo del agua y huyo buceando hasta el otro costado de la fuente, como diciendo, Aquaman un mojón al lao mía. Y ya por el otro lao, me deslizo pa fuera como una bicha y me echo a correr dándome las patás en el culo, que no me atropelló un taxista que pasaba de milagro. Contra un banco que había allí enfrente se estampó el menda. Y ya en la esquina, me mezclo entre la muchedumbre y me veo a la policía que a palos había bajao al dragón mítico de la estatua. Una cosa mala. 

“Tú estabas en la fuente, ¿no, muchacho?” me dijo un canijo que había allí fumando con pinta de grifota y la voz como Colombo. Y yo, “Yo no habla su idioma. Liberia, liberia lemoi” Y el gachó que se parte el ojete de la risa y me echa la mano por el hombro y me dice, “Qué gracia tienes, joío. Cuéntame lo que ha pasao, hombre, que aquí hay una historia buena pa una canción” Y yo contárselo se lo conté, pero yo no sé qué mierda entendió el tío porque un tiempo después me mandó una cinta de esas buenas de cromo, tdk, con la canción que había hecho y yo os juro por mi padre que no tenía na qué vé con to aquello. 

Ahora, ni al dragón mítico ni a la hoja mecida por el viento los he vuelto a ver más. 






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